Dentro de las bonanzas que ha traído la crisis a mi vida, una reseñable es que vengo con mi tarterilla, cual “obrerote” de la construcción (con todo mi respeto y admiración al gremio), y esto me supone desde comer y probar todas las exquisiteces de mis compis, (buenas cocineras) hasta compartir una tertulia de sobremesa de lo mas divertida, producto de los lingotazos de tinto ingeridos y por supuesto de la complicidad femenina.
La selección natural ha llevado a reunir en esos momentos, que se podrían llamar de terapia, a 4 generaciones de mujeres, “la de 20 y las de 40 y la de 50 y”; faltan las de 30 pero es que a esa hora están organizando quien recoge a los niños del colegio y quien les lleva a la clase de “tai chi chuan”.
La de “20 y” hoy estaba conmocionada porque el último fin de semana que se reunió la familia en torno al abuelo recién viudo y recién cumplidos los 82, les espetó a la altura del postre para que no se prolongase la comida familiar “voy a quedar luego con mi novia”; el balance a tal revelación se saldó con un hijo de urgencias por problemas coronarios, a otro le faltaba el aire por problemas respiratorios y el padre de mi amiga con problemas de fé: “no daba crédito”. Una pregunta unánime “…y quien es ella”. Es un dato básico para valorar la situación. Perfil de la novia del abuelo “colombiana que cuidó los 6 últimos meses a la abuela fallecida de alzheimer, edad: 47 años, madre de tres hijos que viven allá…”. No necesitábamos más datos para machacar a la benjamín, que defendía a ultranza lo listo que era el anciano. La última advertencia que le había hecho: “No se si podré darte algo en tu cumpleaños porque estamos en crisis”. ¡¡¡Vaya con la crisis, es útil para todo!!!
La de “50 y” con experiencia en su familia de amores tardíos por parte de los varones nos explicó como aquel abuelo de los años 60, militar, que temblaban los nietos ante su presencia, se enamoró de una monja y perdió el “oremus”. Cuando a su padre le ocurrió algo parecido, las mujeres de la familia cerraron filas y se encargaron de ahuyentar a la modista empeñada en volver a llevar al altar al viudo. Relataba un viaje a Sevilla donde las “hermanísimas” se encargaron de separar a la pareja de tortolitos, unas con la dama, otras con papá; pero juntos y revueltos “nunca”. Cuando la señora les mostraba orgullosas los regalos del patriarca, les daba “mal”. ¡Menudo viajecito!, ni el color especial, ni la maravilla que es Sevilla salvó aquella escapada.
Los amores tardíos no son comprendidos..., y ¿sabéis lo que piensan los que tienen la suerte de disfrutarlos? …Que se joda el mundo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Por favor, comenta ésta entrada...