Lo
último que he escuchado sobre practicas para alcanzar la felicidad consiste en
recordar momentos divertidos del día antes de acostarse; me conformo con que me
sirva solo para “sobrevivir con nota”. Ha sido un lunes que no deja ninguna
huella en mi almanaque de sonrisas del alma. No se si voy a encontrar ese
insignificante guiño que me hizo por un segundo sentirme bien. Allá vamos.
Necesito
urgentemente poner en mi vida una bicicleta. Desde mi adolescencia que estuvo marcada
por este medio de transporte, no he vuelto a reparar en este artilugio.
Aquellos años todo giraba alrededor de mi bicicleta amarilla; los amores, las
fugas, la destreza (una vez por ir sin manos me fui derecha a un zarzal), el
juego, ver mundo (aunque fuera al pueblo de al lado). El mundo de las dos
ruedas y del equilibrio trajo multitud de aventuras y desventuras a mi vida.
La
tarde caía lentamente, quizás era una percepción mía; un amigo me ha contado
que si haces cosas variadas, el tiempo se dilata. ¡¡¡Vaya día, no ha dejado
momento para el respiro!!! Con el propósito de airear las desilusiones y
reafirmar los glúteos tome un camino de
tierra…la naturaleza y un día que comienza a adormecer llevan a los viandantes
a un estado relajado donde los saludos y las sonrisas son moneda de cambio. Un
caballero en bicicleta hizo su aparición a la altura de unos chopos que
acompañan al camino atravesado por un espontáneo manantial; es un lugar con
fango que se sortea con cierta pericia. No sé si fue mi camiseta sudada que
dejaba entrever mis pechos o sencillamente su falta de costumbre, el caballero
aterrizó de morros en la poza…y de repente me sentí adolescente de risa
contenida, imploré al más allá para que la tierra me tragase…
Y
volvimos juntos, charlando, sonriendo… y gracias al caballero hoy he tenido mi
dosis de humor; sigo sin aficionarme al paracetamol…prefiero remedios naturales