Dentro de mis propósitos, había que ponerse en forma. Ni corta ni perezosa desenterré una zapatillas de deporte de vaya usted a saber de que año son, una camiseta de publicidad que utilizaba para dormir y un pantalón de chándal (con sus motitas de lejía y pintura) utilizado en los pocos zafarranchos y pinturas que hago en casa. Con estas pintas me eché a la calle una mañana. Por supuesto, encima llevaba un buen “plumas” para protegerme de las “pelonas” (heladas) mañaneras y tapar perfectamente el descabalado atuendo. Los primeros días, más que andar, paseaba despacio, sorteando pozas con sumo cuidado, miraba al sol y con los ojos cerrados hacia largos tramos, me ensimismaba con los saltos de las perdices, inspiraba el olor de las hojas de chopo húmedas…Era una especie de disfrute de los sentidos que poco tenía que ver con el objetivo prioritario de moldear cuerpo. Y los días pasaban y no era capaz de reconducir el paseito.
“Hasta aquí hemos llegado”; salí convencida que la solución pasaba por engancharme con algún grupillo de los pateadores, como he visto multitud de veces en el ciclismo. Detrás de mí escuché como se acercaba personas conversando y cuando llegaron a mi altura dos caballeros les pedí que me dejaran acompañarles. De repente aquella conversación animada que traían se vino al carajo y yo pensando cómo sortear esa situación tan tensa. Hablar del tiempo es de “besugos”, hablar de colegios y de hijos como con otras mamás no lo veía apropiado, hablar de futbol no tengo ni pajolera idea…y me arranque “si serían perdices o codornices los pájaros que andaban por el sembrado”; aquella conversación de “Jara y sedal” todo un acierto. De allí fuimos a la geografía española y a nuestros pueblos de origen; encantados los tres andarines contándonos aventuras y desventuras de infancia en el mundo rural.
Cuando nos despedimos agradecí a los caballeros su grata compañía y su ayuda a la hora de patear; me confesaron con gran dignidad que ellos habían perdido ritmo conmigo. Pensé para mí “que os den”.
Al día siguiente, me tuvieron que convencer para que les acompañase; estaba dispuesta a ir sola.
Han pasado un par de semanas y cuando nos vemos sonreímos. Ya no nos dejamos hablar, comienza la tertulia política; es cómo la de Ana Rosa Quintana, pero con las personas reales y no manejando estadísticas. Miguel es un parado de larga duración y Tito es un trabajador de la EMT; la que suscribe no sabe ni ella misma dónde encajarse, trabajos por obra, empresaria, “maruja”…una escéptica del sistema. Realmente no sé que es mas beneficioso si lo que andamos para el cuerpo o lo que despotricamos para el coco. Ayer les conté que les tenía que abandonar porque me tenía que incorporar al trabajo. Me han propuesto que les acompañe los fines de semana. Allí estaré chicos.
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