Esta
vez no iba a llorar; él había huido presa del pánico de sus
sentimientos, pero ella lo entendía. Su espíritu libre le había
enseñado que aquel sentimiento surgía de algún lugar de su alma
que ni siquiera ellos sabían. Era compañero de sus viajes paralelos
y de vez en cuando brotaba como las orquídeas silvestres o como una
tempestad de verano y se adueñaba por un instante de sus voluntades,
de lo políticamente correcto, de lo socialmente admitido...y llenaba
todos los vacíos y huecos del sobrevivir cotidiano. Según los años
pasaban el torbellino era mas virulento e insoportable para él, más
hermoso y apacible para ella.
Se
consideraba tocada por los dioses por ser poseedora de sentimientos
que no tienen que justificarse, que viven por si solos, que no
necesitan demasiados cuidados, que son capaces de convivir con otros
sin perder su esencia, que son inalterables a las circunstancias, que
no permiten demasiados sacrificios en pos de ellos, que son capaces
de vivir en la trastienda de la imaginación, que son un plus para
sumar pedazos de felicidad...; no acabaría de enumerar todas las
bienaventuranzas de su tesoro oculto.
El se
fue triste. Ella no quiso explicarle q compartían un sentimiento que
en lingotes de oro no tenía precio, que había sobrevivido a los avatares de la vida y aún estaba intacto como cuando siendo unos
niños lo descubrieron uno de aquellos veranos.
Y el
sentimiento volvería, como la época de las lluvias, como la
primavera o como las migraciones de los ñus...cualquier pretexto para
rescatar las sensaciones que merecen la pena en la vida.
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