6 de marzo de 2012

EL 185


Medio adormecida en el autobús y de vuelta a casa, sentí que alguien me requería. Enseguida me despejé: “Hola Pepe, ¿Cómo estas?”. Por su contestación y su expresión, comprendí de inmediato que tenía que ser cautelosa.
Pepe y María eran un matrimonio de jubilados que vivían en mi antiguo portal y siendo vecinos no cruzamos más allá de las frases referentes a los fenómenos atmosféricos; yo siempre tenía prisa e iba lo suficientemente agobiada para dejar con la palabra en la boca y atropellar a cualquiera.
Cualquier mañana en mi vida suele arrancar con el periplo en el transporte público. Me gusta esperar en la parada, a veces un frío gélido me traspasa otras un sol abrasador me derrite. Es empezar el día “echándole valor”.
Durante varias mañanas pude observar que mi antigua vecina compartía parada y trayecto; siempre nos saludábamos y como si de lección aprendida de antaño se tratase, las frases que cruzábamos seguían siendo las mismas. Me llamaba la atención que se bajase en La Paz.
Un día, supongo que cuando mi actitud le resultó lo suficientemente familiar al vernos con asiduidad, y ella necesitaba imperiosamente contar su drama, se sentó a mi lado y comenzó a hablar. Empezó con el pretexto de mis hijas; recordaba mis idas y venidas con una y con otra. Y así comenzó a hablar de sus nietos con cierta nostalgia…Y no sé, cómo, ni en que momento me espetó su enfermedad, leucemia crónica….¡¡Vaya putada!! Articulé pocas palabras, me limité a escuchar; en ese momento intenté dibujar el gesto y la cara de la comprensión, del ánimo, del optimismo…no sé si esto tiene alguna cara, pero creo que su alma vio mi esfuerzo y desde entonces nos convertimos en compañeras de asiento del 185. Me desveló que llevaba siete años luchando; que contra pronóstico, iba celebrando Navidad tras Navidad. Para ella esta era su fecha de referencia, quizás porque era cuando juntaba a sus hijos y nietos. Y compartimos viajes charlando de cualquier cosa que nos provocará el día, el momento, la política, el periódico...; las últimas veces María tenía cada vez menos ganas de contar las proezas de ganar pequeñas batallas a la enfermedad y poco a poco las fuerzas empezaron a abandonarle. Tenía que ir dos veces por semana a las trasfusiones y le gustaba hablar de todos aquellos con los que compartía horas muertas en las salas de hospital. Sus verdaderos amigos, desde hace años, eran enfermos en su misma situación y todos los que alrededor les infundían ánimo y cuidados. Alguna que otra vez le pregunté que porqué no la llevaba Pepe en coche para evitar la incomodidad del autobús. No estaba dispuesta a tener a todo el mundo en jaque por su mala fortuna.

Y hoy, como no podía ser de otra manera, le reproché a Pepe, aquella soledad y angustia que yo sentía cuando María bajaba las escaleras del autobús. Siempre iba sola, tan erguida como le permitía la enfermedad y me sonreía desde el asfalto. No he escuchado sus razones, que importan ya…
Pepe corroboró mi teoría; María tenía como meta llegar a Navidad. Con ilusión preparó regalos, encargó cenas y comidas, y disfrutó de los que ella más quería como si fuese la última vez…sabía que era la última vez.

El 185, con parada en el Hospital de la Paz, seguirá llevando y trayendo historias de esperanza y de desesperanza.