21 de marzo de 2012

TRES ROSAS

Esta noche miro ensimismada una y otra vez a mi bola de cristal; hoy el agua esta especialmente turbia y no me deja ver con mucha claridad algún pretexto para llenar la hoja en blanco. Es lo que tiene “ser una bruja de mierda”. Mis compañeras de trabajo me han recordado que hace una semana que no escribo; pues me voy a meter con ellas…
En nuestro comedor improvisado para tiempos de crisis, sala de juntas de pasados gloriosos,  nos ha acompañado Esperanza. Una buena amiga que nos pone al día de los últimos cotilleos de directivos y famosotes de la competencia.  Según la comida avanza la temática varía; en el momento del tiramisú y cuando el grupo se va reduciendo llega la hora de los devaneos amorosos; las últimas conquistas y las primeras decepciones de las últimas conquistas  sobre la mesa lacada con restos de comida. Se corrió la voz que nuestra amiga, mujer de modales exquisitos, estaba saliendo con un caballero de su talla. ¿Y quién es él? ¿En que lugar se enamoró de ti?  Nos confesó que era viudo. Respiramos tranquilas, seguía intacta la regla de oro “los que aun estamos en el expositor, es porque tenemos alguna tara”.
No podíamos dejar que Esperanza se fuese de rositas sin desvelar algún defecto que trajera al mundo de los mortales al señor. Por fin, “No es detallista”; que mas queríamos oír. División de opiniones, aquellas para las que eso era un problema insalvable y aquellas que se lo achacaban al cromosoma masculino. Antes que defensoras y detractoras nos batiésemos en duelo, Esperanza nos contó la solución salomónica que habían adoptado, “ella se encargaría de decirle el detalle y él de conseguirlo”; no estaba mal, había avanzado respecto al “cómprate lo que quieras y luego te doy el dinero”…
La primera petición fueron tres rosas; el caballero apareció con una docena de maravillosos capullos rojos. ¡¡Cuánto “capullo” hay por el mundo!!- pensó. Ella solo quería tres rosas, porque tres rosas representaban los tres meses que llevaban juntos. Y dos mundos paralelos se activaron. Él portaba orgulloso aquel maravilloso manojo de rosas, ella pensaba lo que iban a manchar cuando se marchitasen y sobre todo “tres tenían un significado, doce eran simplemente una docena”.  Me solidaricé con el caballero, quizás porque cuando he regalado rosas ha sido un desastre. Decidí regalar 10 rosas que representaban el decálogo de los buenos amantes; era su cumpleaños y acababa de fallecer su madre; pensé que unas flores  podrían colarse entre tanta tristeza. Recibí una llamada diciendo “no vuelvas a regalarme flores”. No me sirvieron los miles de argumentos que hicieron que mi regalo fuera tan desacertado. Desde entonces me limito a mandar “flores google” que son más económicas…